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El triunfo de la fuerza espiritual

De The Christian Science Monitor - 2 de mayo de 2013


Vivimos en un mundo donde las cosas pueden ser demasiado pequeñas para ver, demasiado numerosas para contar y estar demasiado lejos para medir. Tenemos temor por los miles de millones de dólares de deuda. Nos fascinan las fotos que nos manda Hubble desde el espacio exterior de un universo que brilla con billones de estrellas y planetas a años luz de distancia. 

No logramos comprender totalmente tal inmensidad. No obstante, sabemos que Dios, quien lo hizo todo y llena todo el espacio, es magnificado por él. Nos reconforta la promesa que nos da la Biblia de que Dios conoce cada cabello de nuestra cabeza, repara en la caída de cada gorrión, y envía a borbotones bendiciones más numerosas que la arena (véase Mateo 10:29, 30). 

Las innumerables curaciones que realizó Eddy, y las innumerables realizadas por sus seguidores, probaron que la oración inspirada por Dios podía responder incluso a los desafíos más grandes. 

Como el Salmista, al orar maravillado ante el reino celestial de Dios, nos preguntamos: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? (Salmo 8:43).

Hombres y mujeres siempre se han quedado boquiabiertos ante lo incomprensible. Imagínense lo maravillado que debe haberse sentido el hombre primitivo al mirar el esplendor del cielo estrellado. Para comprender la vastedad del mundo, nuestros antepasados inventaron un mundo de fantasía atestado de buenos y malos espíritus. La mitología griega representaba dioses inmortales que jugaban con el hombre mortal para divertirse; una gigantesca raza de Titanes que acusaban a Pandora, la primera mujer mortal, de abrir una caja prohibida que dio al mundo sus problemas. La literatura clásica ve al hombre como una víctima desventurada de la suerte con poco poder sobre su destino en la vida. Homero, en la Ilíada, su gran poema épico, canta: “Los inmortales no tenían preocupaciones, no obstante, la suerte que planeaban para el hombre estaba llena de sufrimiento”. Y en la obra de Shakespeare, “Sueño de una noche de verano”, somos tentados a estar de acuerdo con el duendecillo Puck cuando mira hacia abajo y declara: “Señor, ¡que tontos son los mortales!” 

Algunos incluían entre los tontos a Mary Baker Eddy, teóloga y escritora del siglo XIX que fundó la Ciencia Cristiana. Ella fue ridiculizada como predicadora de apostasía cuando las mujeres de su época no podían votar, menos aún fundar una religión tan opuesta a la creencia convencional. Eddy enseñó que Dios hizo al hombre semejante a Dios, puramente espiritual y eterno como Él Mismo; que no es el producto de simios o del polvo; como tampoco pertenece a un mundo creado en seis días ni por evolución darwiniana a lo largo de millones de años. 

En su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Eddy escribió: “La descripción del hombre como puramente físico, o como material y espiritual a la vez —pero en todo caso dependiente de su organización física— es la caja de Pandora, de la cual han salido todos los males, especialmente la desesperación” (p. 170). 

Eddy, la descubridora de la Ciencia del Cristo, enseñó que la alegoría de Adán y Eva no tiene más realidad en relación a nuestro verdadero origen como ideas espirituales, que la historia de Pandora respecto a las aflicciones humanas. Su enseñanza se basaba en el primer capítulo del Génesis, el cual afirma que hombres y mujeres, hechos a imagen y semejanza de Dios, son ideas espirituales perfectas, no están hechos de sangre y hueso, y no pueden ser inferiores que su Hacedor puesto que no existe un Dios imperfecto que puedan reflejar. Las innumerables curaciones que realizó Eddy, y las innumerables realizadas por sus seguidores, probaron que la oración inspirada por Dios podía responder incluso a los desafíos más grandes. Años después, cuando uno de sus estudiantes le preguntó cómo podía aprender a sanar como ella, Eddy respondió: “Cuando creas lo que dices. Yo creo cada declaración que hago de la Verdad” (Robert Warneck and Yvonne von Fettweis, Mary Baker Eddy, Christian Healer, Amplified Edition” p. 101).

El cristianismo estaba basado en la supremacía que tenía Jesús sobre todos los males, incluso la muerte. Sin embargo, el Salvador no se adjudicó ningún poder personal más allá del que disfrutamos como hijos de Dios. Jesús les dijo a sus discípulos: “Si tuviereis fe, y no dudareis… diréis a este monte: Quítate y échate en el mar, y será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (véase Mateo 21:21, 22).

El mundo de la materia puede parecer inmenso, pero Dios es mucho más grande. No hay nada difícil para Dios, o, por reflejo, para Sus hijos. Con fe y la comprensión de Dios, todos podemos tener la expectativa de maravillarnos ante el triunfo del poder espiritual sobre las condiciones materiales.

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